domingo, 19 de octubre de 2008

la iglesia católica patina de nuevo

Hace unos días nació en Sevilla un bebé cuyo embrión fue seleccionado para que no heredase una enfermedad hereditaria que sí tiene su hermano mayor y, al mismo tiempo, para que su cordón umbilical pudiese producir células madre que curen a éste. Hasta ahí, todo bien; estos padres quieren tener otro hijo, y mediante técnicas eugenésicas seleccionan un embrión que no herede la enfermedad del primero, y además de entre estos eligen uno que sea compatible con su hermano.
Pues he aquí que la conferencia episcopal española (católica) ha publicado un comunicado en el que critican esto diciendo que desechar a los otros embriones para escoger uno concreto es una especie de asesinato masivo
El nacimiento de una persona humana ha venido acompañada de la destrucción de otras, sus propios hermanos, a los que se les ha privado del derecho fundamental a la vida.
No se entiende muy bien la queja, porque la destrucción de todos menos el o los que se desarrollan es algo que sucede siempre en todos los embarazos. Supongo que el quid está en que se haya hecho con un fin, y no dejándolo al azar. Se entiende que lo deseable en este caso -según estos señores tan expertos en procreación- habría sido implantarle a la madre todos los embriones, haciendo en ella una especie de racimo de cigotos. Digo esto porque la alternativa sería que estuviesen defendiendo como algo supremo a respetar la intervención del azar, y no me imagino a estos santos varones decidiendo sus cosas con unos dados de póker (aunque quizá un rosario hecho con dados no estaría mal, como adminículo para colgar en el retrovisor del coche). Además, esto de la implantación masiva es lo que se desprende de la frase
La compasión bien entendida comienza por respetar los derechos de todos, en particular, la vida de todos los hijos, sanos y enfermos
Esto me trae a la memoria un chiste muy fuerte que no estáis obligados a leer, así que si sois de los que se ruborizan con facilidad, por favor evitadme la vergüenza:
Cuentan que un día acudió un masturbador compulsivo a confesarse con su párroco. "Padre, me acuso de onanismo". "Hijo, eso está mal; pero dime: ¿con qué frecuencia realizas estos actos impuros?". "Continuamente, padre; no soy capaz de contenerme; en cualquier ocasión lo hago, en público o privado, y siempre varias veces por día". "Pero hijo mío, ¿no te das cuenta de que esto no es agradable a Dios? Cada vez que tú eyaculas, miles y aún millones de hijos de Dios se malogran y destruyen, evitando que el mundo se adorne con su presencia; en tus emisiones van médicos, abogados, bomberos, científicos, policías, escritores, filósofos (el cura evita, en pro de su argumento, decir que también había allí mafiosos, políticos, asesinos, ladrones e incluso algún terrorista islámico)...". En esto que el pecador, harto de la retahíla de profesiones más o menos loables, comienza a pensar en cosas más placenteras y al tiempo le da por masturbarse. Termina pronto, y su emisión es tan fuerte que va a dar en una viga del techo, de la que queda suspendida. "Mire, padre, ahí tiene: en esa se perdió un trapecista".

No hay comentarios: