miércoles, 2 de julio de 2014

Ciao, amore





El cantante y compositor italiano Luigi Tenco es un personaje muy atractivo por su personalidad atormentada y su final, al que rodea un cierto misterio.
Se presento al festival de San Remo en 1967 con una a mi juicio hermosísima canción titulada Ciao Amore, defendida por su compañera, amiga y quizá amante Dalida. La canción no superó la selección preliminar, lo que supuso un duro golpe profesional y personal para Tenco. Después del acto, la cantante se fue a cenar con unos amigos, y el compositor prefirió ir a su habitación del hotel Savoy. Dalida, durante la cena, sospechó que algo no iba bien con Tenco, se levantó antes de terminar y fue corriendo al Savoy. Cuando entró, se lo encontró en el suelo. Se había disparado en la cabeza con una pistola.
Me gusta pensar en Tenco como una persona atormentada por la incomprensión del mundo, con muchos problemas con la censura, y que cuando creía que su carrera despegaba recibió el mazazo de ver su creación rechazada, incomprendida. Hay también una componente amorosa influyendo en el ánimo de este hombre. Tenía una relación con una mujer llamada Valeria a la que, según Dalida, amaba con locura. La relación con Dalida era profesional y también amorosa (se supone que eran pareja; la monogamia va a ser al final una grandísima mentira), y ella quiso seguirle a la tumba ese mismo año 67, tomándose una carretilla de barbitúricos en un hotel de París. Afortunadamente, o no, una empleada del hotel la reconoció a pesar de registrarse con su nombre de nacimiento, sospechó que había algo raro y entró en la habitación a tiempo para salvar su vida. Esta vida duró 20 años más, hasta el 1987, año en el que se tomó otra carretilla de barbitúricos en su casa, conmocionando con su muerte a Francia entera.
La muerte de Tenco está rodeada de misterio, porque su cuerpo fue movido a la morgue sin garantía legal alguna y fue devuelto al lugar de la muerte y recolocado de una manera teatral. El motivo oficial de la muerte es suicidio, y el móvil el fracaso de Ciao Amore, pero mucha gente sospecha que hay algo extraño por la rapidez con la que se quiso cerrar el caso, la ausencia de pruebas periciales y el hecho de que en las fotos parezca que el disparo entró por la parte izquierda (Tenco era diestro).
En cualquier caso, el jurado de San Remo metió el ídem hasta el fondo, porque la canción es capaz de hacer llorar a una estatua ecuestre de Stalin (si es que existen) e incluso a su caballo.
Aquí, la letra de la canción, con un algo de premonitorio, a mi modo de ver:

La solita strada, bianca come il sale
il grano da crescere, i campi da arare.
Guardare ogni giorno
se piove o c'e' il sole,
per saper se domani
si vive o si muore
e un bel giorno dire basta e andare via.
Ciao amore,
ciao amore, ciao amore ciao.
Ciao amore,
ciao amore, ciao amore ciao.
Andare via lontano
a cercare un altro mondo
dire addio al cortile,
andarsene sognando.
E poi mille strade grigie come il fumo
in un mondo di luci sentirsi nessuno.
Saltare cent'anni in un giorno solo,
dai carri dei campi
agli aerei nel cielo.
E non capirci niente e aver voglia di tornare da te.
Ciao amore,
ciao amore, ciao amore ciao.
Ciao amore,
ciao amore, ciao amore ciao.
Non saper fare niente in un mondo che sa tutto
e non avere un soldo nemmeno per tornare.
Ciao amore,
ciao amore, ciao amore ciao.
Ciao amore,
ciao amore, ciao amore ciao



 La típica calle
blanca como la sal, 

el trigo por crecer 
los campos por arar. 
Mirar cada día 
si llueve o hay sol, 
para saber si mañana 
se vive o se muere. 
Y un buen día decir basta... y largarse.

Ciao amor, ciao amor,
ciao amor ciao. 

Ciao amor, ciao amor, 
ciao amor ciao.

Largarse, lejos,
buscar otro mundo, 

decir adiós al patio, 
marcharse soñando.

Y después mil calles
grises como el humo, 

en un mundo de luces 
sentirse nadie. 
Saltar cien años en un solo día, 
de los carros en los campos 
a los aviones en el cielo. 
Y no comprender nada 
y tener ganas de volver contigo.

Ciao amor, ciao amor,
ciao amor ciao. 

Ciao amor, ciao amor, 
ciao amor ciao.

No saber hacer nada
en un mundo que todo lo sabe, 

y no tener un céntimo  
ni siquiera para volver.

Ciao amor, ciao amor,
ciao amor ciao. 

Ciao amor, ciao amor, 
ciao amor ciao.

lunes, 31 de enero de 2011

Que venga ya el calor

Cómo deseo que vuelva el calor, para ver jugar al fútbol a mis hijos. Ahora los veo ateridos de frío, envuelto en mi chaquetón militar, bajo la lluvia, dentro del frío y alrededor de mi corazón congelado.
¡Qué idiotas somos los humanos!, ¡con qué inocencia vivimos la vida! Me vuelve a la memoria "As Tears Go By" de los Rolling Stones ("the things you used to do, they think are new, you seat and watch as tears go by"). No es necesario ser niño. A todas las edades, cuando vivimos algo que es nuevo, lo vivimos con el mismo candor, con la imprudencia que un bebé se levanta por primera vez sobre sus dos piernas. Somos unos imbéciles cuando nos reímos con suficiencia del adolescente pavoneándose, del niño enfadado, del recién nacido mirándose las manos como ajenas. Siempre estamos viviendo lo nuevo, con la misma alucinada sorpresa cada vez que nos encontramos con lo que no conocíamos. ¿Con qué derecho nos reímos del que llega a una estación anterior, si estamos haciendo el mismo ridículo en la siguiente?
Por lo tanto, aquí tenéis al que siempre juzgó a los aficionados al fútbol como orates simiescos (dignos de desprecio, ajenos a todo rasgo de cultura, enemigos de cualquier futuro fraterno entre los humanos) deseando la llegada del próximo entrenamiento como una dosis de mantenimiento, antes del gran festín, la casi-sobredosis del yonki balompédico del fin de semana, cuando los niños se enfrentan en el campo de juego y mis depósitos de adrenalina se descargan por escaso tiempo.
Ya digo que no importa cuánto hayamos vivido, cuánto hayamos visto o leído, que en el momento en el que nos vemos con lo nuevo dará lo mismo haberlo sentido en tal película o cual novela; sólo entonces nos daremos cuenta cabal de lo que el creador quiso decir.
Y estaremos un paso más cerca del final.


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miércoles, 22 de septiembre de 2010

El abismo me llama

El abismo me llama
Silbante
Como mil anguilas deslizándose
Calientes
Resbalando unas contra otras

El abismo me llama
En espiral
Como el agua cuando se va
Por el desagüe
Camino de la oscuridad

Quién puede resistir
Cómo abstraerse y seguir
Sin hacer caso, sin oir
La llamada del abismo
La atracción de precipicio

Me dice tírate
Y me sonríe
Y me acaricia
Y me calma
Y promete
La muelle laxitud eterna de la muerte


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lunes, 13 de septiembre de 2010

standby

He decidido escribir otra vez aquí, aunque sólo sea para que Mr. Google no se crea que la casa está abandonada.
No he sido capaz jamás de hacer algo con la suficiente constancia como para llegar a destacar. Sé que sé hacer cosas bien, y una de ellas es escribir, pero no escribo sobre un tema concreto, ni desde un punto de vista determinado. Un día quiero escribir estilo "querido diario…" (un horror; como si nunca hubiese abandonado la adolescencia) y al siguiente me siento tertuliano de Intereconomía; un día quiero hablar de política, el siguiente del futuro del mundo a largo plazo (ya sabéis: hundimiento de la civilización occidental arrasada por los bárbaros del sur- as Spengler dixit) y al tercero, del futuro del mundo a larguísimo plazo (la nada, así que da lo mismo lo que hagas, lechoncillo, porque la vida humana en la tierra no puede ser eterna). Otro día me encuentro con un dibujo que me hace gracia y decido subirlo. Pero lo peor es cuando me da por escribir ficción (MÁS ficción que lo que dije antes; en cierto modo, todo lo que se escribe es ficción, desde el punto y hora de que es ficticio lo que es mentira, y todos sabemos que la verdad no existe).
Total, que viendo el puto desastre (en el sentido de mess, mesto, mezclado anarco-caótico) que es esto, se me quitaron hace tiempo las ganas de escribir nada más.
(No soporto la gente que hace blogs con texto como el que estoy escribiendo yo, hablando de sí mismos, como si a alguien le pudieran interesar las digresiones de un desconocido. Le daré a publicar antes de que me lo piense.)

sábado, 10 de julio de 2010

fútbol


Me he decidido a volver a escribir, a pesar de que lo que se me resisten el Pulitzer y el Nóbel de Literatura (sí; ya sé que todavía no he escrito nada tan largo como para recibirlo, pero ¿acaso no podrían dármelo por anticipado, como a Obama el de la paz?). No resisto la tentación de decir cuán poco entiendo el fútbol, especialmente en este momento en el que mi país se ve invadido por una fiebre salvaje de afición balompédica. Yo mismo me he sumado a este repentino arrebato y estoy viendo todos los partidos del Mundial que puedo.
Así pues, he tenido que recomponer mis estructuras mentales para asumir que me gusta el fútbol. Porque no puedo soportar la idea de que me gusta como al resto de las personas, con esa tendencia a huir de lo humano, corriendo como posesos hacia lo animal. Como introducción, he colgado un vídeo con la canción que describe lo que pienso del fútbol y de aquellos a quienes les gusta (Canción del Pollino, de Gabinete Caligari).
No entiendo muchas cosas del fútbol, y afortunadamente las que menos entiendo son las más representativas para las burras pardas aficionadas a este espectáculo. No comparto la afición por el ruido, aunque lo comprendo. Ni comparto ni comprendo la violencia de TODOS los aficionados al repudiar al contrario, odiarlo y desearle la muerte. No entiendo esa violencia teatral de cantar a la muerte del otro y amenazarlo con todo tipo de agresiones y atentados, cuando salta a la vista que los que amenazan son personas normales, incapaces de hacer daño a nadie. No me encaja en absoluto. ¿Cómo es posible que el honorable y vacuno cajero de la sucursal del barrio aparezca el domingo en el estadio, profiriendo amenazas a la madre de otro ciudadano igual de gris situado a casi un kilómetro? ¿Qué diferencia a ambos excepto el color de su camiseta? ¿Son reales esas amenazas; serían capaces, al encontrarse frente a frente, de arrancarse los ojos?
Según dicen, esas expresiones de ojalá os muráis todos u os vamos a matar son un ritual de exaltación, y son totalmente ficticias. Ni unos ni otros desean pelearse entre sí. Y eso es lo que no entiendo. Comprendo la violencia perfectamente. Si alguien intentara hacerles daño a mis hijos (daño real, no una pelea entre niños) y yo tuviera ocasión de matar al agresor, lo haría sin pestañear. No es que sea yo, por tanto, un ejemplo de pacifista radical. Lo que no comprendo es que siendo muchos de esos hinchas muchísimo más pacíficos que yo mismo, me sorprendan por su violencia en las gradas del estadio. Y cuando me dicen que no, que no lo hacen de verdad, entonces lo entiendo aún menos. Yo jamás amenazaría de muerte a alguien si no tuviese la intención de matarlo. Por eso no lo entiendo. Se me antoja indigno, extraño y absurdo amenazar a alguien sin tener la más mínima intención de hacerle daño.
La gente vive el fútbol como una manifestación de nacionalismo, o de pertenencia a una comunidad determinada. No les importa que su equipo juegue bien, o que sea legal, sino que gane y machaque a su contrincante. Se sienten miembros de un grupo y eso les hace vivir con menos miedo a la soledad. Eso lo entiendo perfectamente. Pero no lo comparto en absoluto. Es una ficción de la realidad política y social. Viven en una mentira y en ella desfogan sus frustraciones. El fútbol es, según esto, una válvula de escape que mantiene a los hijos de puta que dominan a salvo de revoluciones. No existe un grupo en contra de Repsol, o de Telefónica, o de Endesa. Eso estaría prohibido, porque son los intocables, los que realmente mandan. Puedes atacar al Español o al Real Madrid, pero nunca a una empresa (de las de verdad, que por mucho que intenten constituir a los equipos de fútbol como sociedades mercantiles al final no dejan de ser otra cosa); el capital es intocable hoy en día, y el fútbol es funcional para permitir que esto continúe siendo así.
Y qué decir de las selecciones nacionales. Las selecciones nacionales son otra pamema estúpida para patriotas, como el himno y la bandera. Un grupo alrededor del cual unirse para gritar al contrario, insultarlo y amenazarlo de muerte. Como el trapo de colorines o la musiquilla ratonera de cada país determinado. Una puta mierda sin sustancia alguna ni explicación por la que han derramado su sangre miles -millones- de imbéciles.
Dicen que la vida imita al fútbol. Y estoy de acuerdo. Los equipos menos presuntuosos con frecuencia se quedan en el camino, y los más arrogantes y chulescos se yerguen con el trofeo. Pero como esto me parece injustísimo me alegro de que Italia haya sido descabalgada, con su juego exasperantemente aburrido, protestón, agresivo y pendenciero. También me parece bien que Brasil se haya ido a su casa; porque no soporto a esos jugadores que no hacen más que tirarse para que les concedan falta (quejándose muchísimo si el árbitro no se deja engañar), pero repartiendo leña a sus contrincantes, como si fueran un equipucho de barrio que no tiene otro recurso que la fullería para ganar. Y la selección argentina también está donde merece, después de que su seleccionador hiciese gala de su matonismo en cada rueda de prensa. Y el caso de Maradona es otro ejemplo de algo que no entiendo de la Argentina:
Maradona fue un buen jugador en su momento. No lo sé porque yo lo haya visto -el fútbol jamás me gustó- sino porque todo el mundo coincide en ello. Es un muchacho que procede, como tantísimos futbolistas, de la extracción más baja de la sociedad. El éxito desmesurado se le subió a la cabeza, como a tantos, e hizo de él una persona convencida de su carácter divino, y de que merece todo lo bueno que le pueda pasar. Hasta aquí, todo normal; en cualquier país este hombre habría terminado -de sobrevivir- siendo un bufón, un pálido reflejo distorsionado de lo que fue, un desgraciado personaje motivo de risa o lástima. Pero no en Argentina. La desmesura de las pasiones de los argentinos han hecho que no sólo sea Maradona el que se crea Dios, sino que la totalidad de sus compatriotas confirman su divinidad, y permiten que sea el seleccionador nacional. Y continuando con la farsa, el loco bajito se muestra en todas las ruedas de prensa despotricando contra todos los demás, presumiendo de la superioridad de su equipo y despreciando a sus contrincantes. Si es cierto que la vida imita al fútbol, yo deseo con todas mis fuerzas que la arrogancia sea derrotada, y así ocurrió con Maradona (igual -aunque no tanto- que con Francia, Italia y Brasil), cuyo equipo cayó ante Alemania después de una rueda de prensa en la que el imbécil argentino dijese "¿Qué pasa contigo Schweinsteiger? ¿Estás nervioso?". Pero nadie lo encontró ridículo cuando apareció compungido en la rueda de prensa posterior a la eliminación, como a punto de llorar pero sin arrepentirse en absoluto de su arrogancia anterior; supongo que considera normal comportarse como un ridículo chulito de patio de colegio y al minuto siguiente llorar pidiendo la protección de su maestra. Y ese botarate es el que sus compatriotas recibieron al regresar con aclamaciones, y el que el presidente de la Asociación de Fútbol Argentina eximió de toda culpa cuando dijo que «Es la única persona del país que puede hacer lo que quiere». No puedo entender tantísima indulgencia con esta persona, especialmente por parte de gente tan supuestamente arrebatada como los argentinos. Al final va a resultar que los argentinos son un ejemplo de estoicismo (de esto en el fondo estoy convencido, pero no es este el momento de argumentarlo).
Pero continuando con lo que me ocupa, resulta que la selección española que acude al Campeonato Mundial de fútbol de este año está compuesta por gente humilde, que juega bien sin recurrir a las faltas, el engaño o la queja permanente. Es un equipo del que puedo sentirme orgulloso, regido por un señor flemático que no desprecia ni insulta a nadie, que no hace leña del árbol caído dando saltitos ridículos cuando el equipo marca un gol (porque tampoco soporto a los que se burlan del vencido, ensuciando al mundo y a la humanidad con su actitud), como hacía Maradona. Por eso me alegro cuando la selección española gana, y estaría contento si se llevase la Copa del Mundo. Pero tampoco me molestaría que se la llevase Alemania (aunque ahora eso ya es imposible), porque me ha parecido que es un equipo animado por los mismos valores que aprecio y deseo para mis preferidos. Y me parecería justo también que se la llevase Holanda, por los mismos motivos, aunque un poco menos. No me parecería justo que se la hubiese llevado Argentina, Brasil, Italia o Francia, porque el mundo sería un lugar más bello si los presuntuosos, los crueles y los viles perdiesen siempre, y los humildes obtuviesen su recompensa en el más acá.