viernes, 29 de mayo de 2009

el abuso sexual, un caso especialmente grave de agresión

Hay una revista que publica el Arzobispado de Madrid que incluye en su número del 28 de mayo un artículo titulado La violación, ¿fuera del Código Penal? que salta a la vista por la efectividad del título, pero que me ha hecho pensar un poquito (muy poquito). Lo escribe Ricardo Benjumea (redactorjefe@planalfa.es).
Iré comentando por párrafos.
"Nada más lejos de mi intención que frivolizar con la violación. Pido disculpas a quien así lo ha entendido. La cuestión es: reducido el sexo a simple entretenimiento, ¿qué sentido tiene mantener la violación en el Código Penal? ¿No debería equipararse a otras formas de agresión, como si, por ejemplo, obligáramos a alguien a divertirse durante algunos minutos? ¿Por qué tanta disparidad en las condenas?"
En efecto, si el sexo es una manera de divertirse, ¿por qué castigar su imposición por encima de cualquier otra agresión? (por poner un ejemplo desafortunado, los conciertos de Andy y Lucas son considerados divertidos por algunas personas, y no obstante yo preferiría ser violado, incluso repetidas veces, por Evangeline Lilly). Sin embargo, lo más frecuente es que las personas -ateas o no- tengan el sexo estrictamente relegado a la órbita de lo privado y en cierto modo tabú. No se crea, señor Benjumea, que los ateos follamos más que ustedes. Seguramente follamos lo mismo (poco, que eso nunca sobra), y lo hacemos poco porque la moral que rodea al sexo es algo tan indisolublemente interiorizado en la sociedad que todavía escogemos con quién queremos follar. La violación excede la humillación consustancial a cualquier imposición violenta (como sería la exposición forzada a la música de Andy y Lucas) por una cuestión de moral social estrechamente vinculada al amor. Porque los ateos amamos. Quizá incluso amemos tanto como los católicos. No amamos a Dios, pero sí a las personas. Y nos entregamos al sexo como esparcimiento pero en ese esparcimiento va incluido siempre, aunque en distintas medidas, una cierta dosis de amor. Intentamos, como poco, hacer a la otra parte contratante pasar un buen rato, y eso no se consigue con una violación. En una violación, uno disfruta a costa del sufrimiento de otro. Equivale a una agresión con agravante de sadismo. No es lo mismo golpear a alguien para quitarle algo o para defenderse que para obtener placer, y no causa el mismo perjuicio ser agredido por error o necesidad que por diversión.
Creo que además de este argumento, totalmente laico, existe también un agravante hacia el delito de abuso sexual ligado a la tradición sexista de la propia religión católica (en este caso, que en otros lugares será islámica, judaica o lo que toque) que procede a su vez del hecho biológico de que la mujer es la que se queda embarazada. Yo no hago ascos a un ataque sexual de Evangeline Lilly porque soy un hombre, y los hombres somos animales emisores de semillitas. Las mujeres -incluida Miss Lilly- son semilleros fértiles. Por eso las mujeres arrastran un temor a la vulneración de ser penetradas por el pene erecto, venoso, palpitante… (¡ups!, creo que me estoy yendo del tema), mientras que nosotros andamos por ahí en plan con-que-tenga-un-agujero-aunque-sea-un-avispero. Y es curioso, porque este hecho biológico (las mujeres tienen todos los boletos de la lotería del Niño), con su consecuencia social (el sexo se hace tabú y las relaciones sexuales constituyen el acto supremo de la privacidad) tienen su traslación a la religión católica. Pero que proceda de un hecho biológico no hace la represión moral del sexo algo bueno en sí mismo; en la medida en que podamos evitar los peligros consustanciales a la fornicación (embarazos y contagios de enfermedades) podríamos llegar a liberarnos del tabú del sexo. Sin embargo, las prohibiciones que impone la religión católica, al no ser racionales, no van a levantarse tan fácilmente. El problema de la religión es que no se basa en la razón, sino en unas leyes emanadas de un supuesto más allá, y funda su credibilidad en la tradición. Esto hace los dogmas religiosos casi inamovibles, y eso en una sociedad cambiante es muy difícil de mantener. De ahí el conflicto que yace bajo el titular efectista del artículo.
"No es demagogia. Hay movimientos recientes en esa dirección. En marzo, en una decisión sin precedentes, el Consejo de Ministros concedió el indulto parcial a un violador, cuya condena a 12 años, ratificada por el Tribunal Supremo, se redujo a cinco años. El condenado es un joven homosexual, bien relacionado con círculos progubernamentales de la industria del espectáculo, que asaltó a otro joven en los lavabos de una discoteca. Sus tres cómplices fueron favorecidos por la Secretaría de Prisiones, de la Generalidad de Cataluña, en otra decisión sin precedentes: obtuvieron el tercer grado, y pudieron abandonar la cárcel tras sólo 8 meses de condena."
Cierto. No es demagogia… solamente. Yo diría que además es mentira, porque no se nos dice de dónde sale el dato para que podamos contrastarlo.
"Cuando se banaliza el sexo, se disocia de la procreación y se desvincula del matrimonio, deja de tener sentido la consideración de la violación como delito penal. Ése es el ambiente cultural en el que vivimos, y, sin embargo, la inmensa mayoría de españoles consideraría una aberración que se sacara la violación del Código Penal, aunque, a sólo cien metros, uno tuviera una farmacia donde comprar, sin receta, la pastillita que convierte las relaciones sexuales en simples actos para el gozo y el disfrute. Esa hipotética indignación es un motivo de esperanza, porque demuestra que la deshumanización de la sexualidad, que promueve el Gobierno, todavía no ha llegado a un punto de no retorno."
La píldora del día después, que es según la iglesia católica una píldora abortista, es un medio más para que las personas disfruten de su sexualidad con libertad, sin miedo a embarazos no deseados. Todos los medios anticonceptivos, y especialmente el preservativo, son medios para poder fornicar sin miedo. Y eso, que la gente fornique alegremente, liberándose del hecho biológico que origina el miedo religioso, es lo que asusta a la iglesia católica. Sin embargo, considero que el terror de las chicas a separar sus muslos, dejando expedito el acceso a su caverna, ha sido inoculado de un modo tan indeleble en sus lindas cabecitas que -para regocijo de obispos y cardenales- las cosas van a tardar en mucho en cambiar.
En la última frase creo que el señor Benjumea se hace un pequeño lío, sugiriendo que el rechazo social a la violación es un residuo del rechazo a la fornicación que
podría llegar a germinar de nuevo. Puede ser el efecto del vino de misa en ayunas.

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