miércoles, 8 de octubre de 2008

generación del 98, hoy

No sé si la generación del 98 es un fenómeno literario solamente, o si sus dimensiones ideológicas e históricas son de suficiente importancia para el resto de países de habla hispana. Por si acaso, aclararé en pocas palabras que es una generación de escritores de nacionalidad española formados en el momento de la pérdida de las colonias de Cuba y Filipinas, últimas de las que nos quedaban en las "indias". Si a esto sumamos que llevábamos años viendo disminuir nuestras posesiones en ultramar (entre 1810 y 1825 perdimos Colombia, Venezuela, México, Argentina, Chile, Centroamérica, Ecuador y Bolivia), y que el imperio de los Austrias había sido -por poco tiempo, eso sí- la mayor potencia mundial, se explica que esta generación de escritores fuese la que ayudó a España a poner los pies en tierra y olvidarse de que ya no podía comportarse como metrópoli arrogante y fatua, sino como país pequeño, esquinado y venido a mucho menos, que acababa de ser vencido por una potencia emergente compuesta de exconvictos desterrados brutales y oscuros meapilas supersticiosos (USA). Espero haberlo explicado bien y no haberos aburrido, porque este no es el tema de esta anotación.
El tema de esta anotación, realmente, es el artículo de Arturo Lezcano de La Opinión de A Coruña de hoy. Las reminiscencias noventaiochescas de Lezcano son algo común en su generación. Hay que tener en cuenta que es una generación que vivió una pantomima insostenible de imperio de los Austrias, regido por un señor bajito de voz de flauta y porte ridículo. En el momento histórico aquel, una mayoría de la población se creyó el absurdo engreimiento de aquel militar en un país empobrecido e inculto, que soñaba con antiguas glorias irrepetibles. 
De este ambiente nacen las ideas de Arturo Lezcano en este artículo. A mi juicio, el escritor identifica el incipiente orgullo español actual con la soberbia disparatada de la España de Franco. Y además hay que tener en cuenta que Lezcano es un nacionalista gallego, opuesto por tanto al nacionalismo español, con lo que cualquier atisbo de unidad nacional sobre un anhelo común en España es por definición un peligro a combatir. En él, se suman y subliman la enemistad a la dictadura de Franco por motivos ideológicos con la que nace de motivos identitarios.
Es por eso que escribe este artículo atacando el envanecimiento de la prensa -y la gente del bar- al loar el triunfo de España en Estados Unidos como si lo hispano fuera determinante allí. 
Yo sé que en los USA el papel de España, o del hispano en general, es residual, y ni remotamente proporcional al peso de su población en número. Pero tampoco tengo claro que se deba reprimir el orgullo de pertenencia. ¿Qué es mejor, vivir en una petulancia grotesca o con un complejo de inferioridad invalidante?

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