miércoles, 23 de enero de 2008

los milagros de Jesús (tampoco es para tanto)


En la línea mística que invade a mi hijo mayor (seis años), continúo leyéndole la Biblia para niños de cuando yo era pequeño, que es casi preconciliar pero bastante completa (no como la que tenía mi mujer, que es un pasquín).
Ya hemos llegado al Nuevo Testamento, y ayer le leí un par de milagros de esos que rellenaron la vida de Jesús entre Navidad y Semana Santa. Los de ayer eran el de la hija de Naim y el de los panes y los peces. No voy a hablar de estos en concreto, sino en general de los que parecen más difíciles y mejores, que son aquellos en los que cura a enfermos o resucita a muertos.
Cuando llegan ante él con una camilla en la que va un enfermo, o con un cadáver amortajado y quizá comenzando a descomponerse, Jesús se cubre de gloria curando o resucitando, y seguidamente el personaje sale de escena y no se sabe más de él. Sin embargo, yo pregunto: ¿qué sucede luego con ese curado o resucitado? ¿acaso no vuelve a tener enfermedad alguna? ¿acaso se vuelve inmortal? No lo creo; lo diría en algún sitio. Más bien, lo que ocurre es que el milagro es la concesión de una tregua, una prórroga del tiempo que dura esa persona. Estoy curado, grita el incauto, pero un tiempo después de esto otra enfermedad hace presa en su cuerpo, y finalmente muere, de enfermedad, accidente o lo que sea; lo que pasa es que el evangelista ya está lejos y no lo cuenta. En la narración parece que la muerte no existe, que Jesús la ha vencido, pero no es cierto; Lázaro sale andando para morir un poco más tarde, cuando ya nadie mira.
Vaya mierda de milagros.

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