jueves, 25 de septiembre de 2008

la crisis económica

Hace tiempo que tengo ganas de escribir acerca de la crisis económica, pero no encontraba el momento. Es un tema muy amplio en el que es difícil aportar algo más de lo que ya se está diciendo por ahí. Sin embargo hay alguna cosa que sí que me extraña, y de mi extrañeza nace esta anotación preñada de información sabida y/o al alcance de todos.
Lo primero que hay que hacer es rendir tributo a Leopoldo Abadía senior, que con su artículo La Crisis Ninja nos ha explicado a muchos en qué consiste esta crisis. Es tanto mi agradecimiento que pasaré por alto el hecho de que al enlazar su artículo me broten unas espantosas pop-ups de esas que me hacen sentir violado en lo más íntimo (aunque al menos no tienen música atronadora y ratonera automática, como las de los anuncios de tonos de móvil). También pasaré por alto la tendencia propia de los economistas a suponer que lo suyo es una ciencia y que por lo tanto se rige por leyes equiparables a la física de Newton. Esta suposición no sólo es errónea, sino que es la culpable de muchas muertes por hambre, todos los días, en el mundo; sin embargo, no es el tema de hoy (creo, que ya veré por dónde salgo con esta anotación).
Además del verbo florido de don Leopoldo, me he leído mucho de lo que aparece habitualmente en El País, y especialmente el especial Negocios del domingo 21 de septiembre de 2008, que no puedo enlazar porque no se deja (si enlazo el suplemento de Negocios aparece siempre el más reciente, así que el próximo domingo empezaría a salir otro distinto).
Sí que quiero mencionar el articulazo de Lezcano del miércoles 24 de septiembre, brillante, que viene a decir lo que defiendo yo, aunque mejor dicho. A mí no me parece que esta crisis se parezca a la de 1929 en lo que se refiere a la intensidad. Entonces, los trabajadores perdieron todo lo que tenían. La devaluación hizo -en Alemania- que las gente cobrase carretillas enteras de billetes, con lo que apenas podían comprar algo de comida. Muchas personas se suicidaron por haberse quedado en la más absoluta ruina. Yo no sé cómo lo viviréis los que me leéis, pero aún victimizándoos con empeño no creo que me convenzáis de que estáis así de mal. De acuerdo: cuesta algo más pagar la hipoteca. Los que compraron al límite de lo que podían pagar hace muy muy poco tiempo se encuentran en una situación verdaderamente comprometida, pero son los menos. Todos los que compraron hace un año o más, si no pueden pagar la hipoteca (que tampoco han subido tantísimo, que hace 25 años estábamos pagando más del 10%) pueden vender su piso por un poco más de lo que lo compraron, cubren gastos y a vivir de alquiler. Nadie se muere por eso. Jode, pero no es un crack como el del 29.
Y la bolsa no está tan inflada como estaba en el 29. Entonces la especulación hizo que los valores crecieran durante años sin respaldo en la economía real. Este tipo de burbujas se hacen a veces, pero suelen reventar antes de que suceda lo que entonces. Por ejemplo, hace años se dispararon los valores de las empresas tecnológicas (recordad, por ejemplo, Terra en España). El optimismo y la gilipollez de pensar que una empresa creada por cuatro amiguetes, basada en una idea arcana aparentemente relacionada con la informática, podía despegar hasta convertirse en la nueva Microsoft en cuestión de quince días fue lo que hizo que se crease la llamada "burbuja de las punto-com". Sin embargo, estas burbujas no son como la del 29, que se hinchó durante más de cinco años sin parar. Hubo gente entonces que, visto lo que subía el mercado, pidió préstamos a los bancos para invertir en bolsa. Todo lo que compraras obtenía unas plusvalías descomunales, que triplicaban los intereses que te cobraba el banco por el préstamo. Hasta que un día, un niño miró al rey y dijo"¡está desnudo!, ¡el rey va desnudo!". Y entonces todo el mundo se dio cuenta de que la producción había aumentado muchísimo, pero que no se vendía tanto. Y que los beneficios no habían crecido tanto como el valor de las acciones. Que las empresas estaban apreciadas en cuatro o cinco veces su valor. Y cundió el pánico; todo el mundo quería vender, al precio que fuera. Querían recuperar por lo menos una parte de lo que debían a los bancos. Y la bolsa bajó en un día a muchísimo menos de lo que valían realmente las empresas. Y los bancos no podían cobrar los préstamos que habían dado a la gente, y la gente perdió la confianza en el sistema financiero y comenzó a retirar sus depósitos de dinero de los bancos. Muchísimos bancos, al no cobrar los préstamos concedidos y tener que devolver el dinero a sus imponentes se vieron obligados a cerrar. En Estados Unidos, más de 600 bancos fueron a la quiebra. Muchísima gente se quedó sin sus ahorros. Y una vez que el sistema financiero se hunde, y que la gente no tiene dinero para comprar -o así lo cree, que existe una parte psicológica en todo este proceso nada desdeñable- se cierra el círculo y las empresas no venden lo que producen, por lo que tienen que cerrar, y sus trabajadores, en el paro, no pueden comprar -ahora sí- con lo que no se ve el final de este espiral descendente. Sólo los marxistas lo veían claro, y es por donde va Arturo Lezcano al final de su artículo, cuando sugiere el hundimiento del capitalismo (si Dios quiere). Sin embargo, al final Roosevelt hizo frente a la cuestión con el New Deal, que no es más que un conjunto de medidas de carácter socialdemócrata (en cierto modo, una forma descafeinada de socialismo), y la predicción de Marx tuvo que posponerse.
La actual crisis, descrita como dije por Leopoldo Abadía, nace cuando los tipos de interés descienden en Estados Unidos hasta niveles del 1%. Claro, con este nivel los bancos necesitan prestar muchísimo dinero para ganar lo mismo que cuando prestaban al 6%, y no hay nadie más a quien prestar que aquellos que no podrían hacer frente al préstamo: los ninjas (no income, no job, no assets: no ingresos, no empleo, no propiedades). Pero no importa que no puedan pagar; con lo que aumentan los precios de la propiedad inmobiliaria, cuando el ninja muestre su insolvencia no importará nada, porque el banco se quedará con una propiedad cuyo valor será ya muy superior al del préstamo. El negocio no puede fallar. Y los bancos, con estas hipotecas de dudoso cobro, llamadas "subprime", crearon una serie de productos de inversión, mezclándolas con hipotecas de menos riesgo, cambiándoles el nombre y mezclándolas con otros productos hasta que no las reconoció ni la madre que las parió. Las empresas -privadas, no organismos públicos- encargadas de valorar los productos financieros, por innopia o por connivencia con los magos de las finanzas/charlatanes de feria que crearon aquellos productos engañosos, les dieron una valoración mucho más alta que la que merecían. Y se vendieron por todo el mundo.
Hasta que el niño de antes (o su nieto, más bien) dijo otra vez lo de que el rey está desnudo, pero esta vez la burbuja fue inmobiliaria. Cuando cayó el precio de los pisos, los ninja decidieron que estaban pagando por su vivienda más de lo que valía, y decidieron dejar de pagar.
Total, que cuando el mercado inmobiliario se hundió y los ninjas comenzaron a dejar de pagar se descubrió que, mezcladas con aquellos productos que los bancos de todo el mundo habían comprado, de nombres exóticos, había un número indeterminado de inversiones fallidas de imposible cobro. Esto extendió la desconfianza por todo el planeta. Los bancos desconfían uno de otro, y no se prestan dinero. Eso es lo que está sucediendo aún ahora. Y poco a poco los grandes bancos de inversión van cayendo en la medida en que resulten estar carcomidos por las hipotecas ninja. Y esto es sólo el principio, dicen algunos, porque nadie (NADIE) sabe exactamente en qué medida sus inversiones van a dar pérdidas. La ingeniería financiera de los tiburones norteamericanos (esos arrogantes hijos de puta con traje de Armani que están saliendo de todo esto con millones en los bolsillos, como siempre) ha creado unos productos tan complejos que su rentabilidad real es no ya opaca; es negra como el carbón.
Pero sorprendentemente, el gobierno republicano (recuerden: esos liberales que quieren un estado, o sector público, lo más reducido posible, y un sector privado capaz de autorregularse a sí mismo) salen al paso y aportan el dinero necesario para evitar la caída de -por ahora- dos grandes empresas de préstamos hipotecarios y un banco de inversión. Y crean un fondo extraordinariamente dotado para garantizar que se harán cargo de casi cualquiera que se vea en apuros. Así pretenden aportar tranquilidad y confianza. Hacen lo que no le admitirían a Chávez, lo que rechazan de Fidel, lo que prohíben hacer a México o a Argentina, lo que denostan de Bolivia: nacionalizan algunas empresas. Pero no nacionalizan las que dan dinero, como haría un socialista, sino que nacionalizan las que van a quebrar. Como se dice habitualmente, privatizan los beneficios y socializan las pérdidas. Otra alternativa habría sido garantizar el pago de las hipotecas de los ninja, pero eso habría sido ayudar a los pobres, y estamos hablando de norteamérica, donde los perdedores se lo han buscado, y el tío del traje de Armani es un héroe.
¿Y en qué va a quedar esto? Quién sabe. Yo personalmente no creo que esto se acabe aquí. Por ahora, la crisis se ha cerrado en falso. Todavía no se ha saneado ni una mínima parte del mercado financiero internacional. Y falta que las medidas nuevas de control, adoptadas por Estados Unidos, surtan efecto. Porque todo esto de los del traje de Armani ha sido un golazo por toda la escuadra al sistema financiero. De tanto cantar las excelencias del libre mercado, han dejado sin control a los charlatanes de la feria de Wall Street.
Espero que esto marque el principio del retroceso de la tendencia liberal de los últimos decenios, desde la caída de la Unión Soviética. Ojalá esto signifique el resurgir del control sobre las finanzas, y el comienzo de los límites al tráfico de dinero internacional y, por tanto, a la globalización económica desbocada.
Así sea.

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